Desde el pasado mes de marzo hemos incorporado a nuestra cotidianidad el uso de la mascarilla, dado que disminuyen la transmisión de microorganismos por parte de los enfermos de COVID-19 o de los portadores asintomáticos.
Aunque en ocasiones percibimos sensación de dificultad para respirar, no está demostrado científicamente que sea así. Se han realizado experimentos y no hay cambios en la saturación de oxígeno de llevar mascarilla a no llevarla. El aire puede circular a través del material.
No obstante, llevarla nos es muy incómodo. Al llevar tapada/ protegida la nariz y la boca, la sensación que tenemos de falta de aire la intentamos compensar respirando por la boca, alterando así el patrón respiratorio.
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